La Heredera CAPÍTULO 9: La Despedida




 Marie

Canadá, otoño de 2013


Marie quedó tendida en el piso, pensando en que no había hecho nada para detenerlo, tenía la mirada fija y sus labios le temblaban, su garganta ardía, pero no logró soltar una sola lágrima, era como si todo aquello, no lo aceptara. Se levantó y caminó lentamente hacía la cocina, tomó un vaso que llenó con agua, posó sus manos sobre el mesón de mármol, el mismo lugar en donde se encontraba servida la comida que horas antes le había ofrecido a Thomas y que ninguno de los dos había llegado a comer.

Su cuerpo quedó inmóvil por un largo tiempo, no podía describir lo que sentía en ese instante, sabía en el fondo que no eran los mismos, que esa relación se sentía diferente, no obstante en el fondo creía que Thomas la elegiría y no se trataba de dejar a Victoria, pero casarse estaba en otro nivel. Para muchos su forma de pensar era extraña, pero realmente no sentía celos, respetaba que él construyera algo con Victoria.

Lo único que le importaba era ellos dos, pero ni eso había, él se iba a casar y ella… Y ella pensaba que era quien lo iba abandonar al volver a Zúrich, había sido tan tonta que ni lo culpaba a él, quizás simplemente ella había estado ciega y no se había dado cuenta de las señales. Intentaba racionalizar todo, aun así, el sentimiento que se suponía debía tener no llegaba, sólo estaba la nada.

De repente la puerta se abrió, era Michell quien llegaba junto a un hombre, se lo presentó, pero Marie no hizo nada para verlo o saludarlo, tan solo se disculpó y se fue a su habitación en el ático con su mirada caída, cerró la puerta tras de sí y cayó lentamente en el piso con la habitación a oscuras, todo comenzaba a derrumbarse.

Su padre había muerto y lo único que le decía Beltrán era que se preparara para volver y tomar el control del grupo, pensó que Thomas y ella podrían retomar lo que habían tenido, lo había extrañado por mucho tiempo y ahora simplemente él tenía su vida resuelta, una lágrima huérfana comenzó a rodar por su mejilla, su pecho iba a estallar odiaba sentir y en ese instante no dejaba de hacerlo. Su puerta sonó y ella alzó su cabeza, pero no dijo nada.

-Tu móvil no ha parado de sonar -Comenzó hablar Michell, hizo una pausa al otro lado de la puerta - ¿Estás bien? Llevas mucho tiempo en la habitación. -Marie se levantó rápidamente y sin decirle nada tomó el teléfono cerrando la puerta tras de ella quizá aún con la tonta esperanza de que fuera él.

Pero se trataba de François le decía que su vuelo de regreso estaba confirmado y que al otro día la iría a recoger al aeropuerto, ella le contestó diciéndole que ahí estaría. Colgó y el silencio en la habitación retornó ¿que había añorado? ¿Qué Thomas volviera y le dijera que dejaría todo por ella? ¿Que la había esperado y que ahora podrían estar juntos de nuevo? No entendía por qué lo había pensado, en su vida ya ese tipo de promesas eran fatuas.

Salió de su habitación y se hizo una taza de café, regresó para sentarse en un sillón frente a la ventana y bebió su café, lentamente, quería llorar quería sacar todo lo que sentía en su pecho, pero no podía, simplemente la decepción crecía, había luchado tanto por estar nuevamente a su lado y él simplemente había seguido con su vida, ella también debía hacerlo también, debía seguir sin apoyarse en nadie.

Dejó la taza a un costado subiendo sus pies al sillón, miraba el cielo que ahora se encontraba oculto tras las nubes, aquella noche no quería pensar y su sueño se había esfumado, miró a su alrededor ya todo estaba empacado, debía volver le ilusionaba la idea de poder ver a su hermano e incluso a François.

Arribó al aeropuerto a las 2:00, François ya estaba allí esperándola, tenía sus manos en los bolsillos de su pantalón, la miraba con una leve sonrisa, cuando estuvo lo suficientemente cerca le quitó su gorra de los Yankees de NY y revolcó su cabello, en vez de replicarle lo abrazó, no pudo evitar suspirar de forma honda, pero él no preguntó nada sólo estuvo ahí en silencio acariciando su cabello.

Después la llevó a una cafetería, aunque él no tomaba café, según él era un intento de subirle el ánimo, el cual había sido exitoso, el café hacía su efecto y en ese instante hablaban de nimiedades, ella veía sus ojos avellana tan expresivos como siempre, era extraño lo que sentía a su lado, era su amigo y muy lejano de lo que le había dicho a Thomas no era la comida lo que la unía a él.

Finalmente él pagó antes las protestas de ella, de alguna manera era una forma de equilibrar la balanza, él le había dado paz a su interior y ella pagaría el café. Lo miró y le sonrió, él la hacía sentir bien, era ese tipo de personas cálidas que te hacían olvidar la miseria de las personas.

François le dijo que la llevaría a la mansión Keller, sin embargo ella le pidió que la llevara a la casa de él, no estaba de ánimo para lidiar con Alicce, quería estar sola y tener calma y hacía mucho no sentía la casa Keller como suya, desde que había salido con su madre de ahí, si era honesta, jamás imaginó volver a ser parte de todo eso…

-¿Qué piensas hacer ahora? -Le preguntó François mientras caminaban al auto y ella lo miró. 

-Me iré a Inglaterra -François se giró e hizo una mueca -Iré a la universidad a un curso corto -Volvió hablar -Necesito dejar de pensar -Dijo bajando su mirada 

-Qué extraña forma para hacerlo -Habló mientras le quitaba la alarma al auto y abría la puerta para ella. 

-Sí, es extraño. -Dijo sonriendo levemente, François la miró con preocupación, pero no le dijo nada más cerró la puerta y se acomodó en su lugar.

Condujo hasta su apartamento, Marie se quedó mirando el exterior, sin embargo poco después se quedó dormida, eso le sucedía cuando se sentía en calma y confiaba demasiado en su acompañante.

-Llegamos -Le avisó él y Marie lo miró adormilada y le asintió -Espérame -Le pidió, se sacó el cinturón de seguridad y se fue abrirle la puerta a ella. 

-Te gusta rescatar damiselas en apuros. -Dijo ella con una sonrisa nostálgica, él le asintió y caminó con ella hasta el ascensor.

Cuando llegaron al piso estaba oscuro, él buscó un interruptor y pronto pudieron divisar un espacio con colores principalmente blancos, Marie recordó la última vez que había estado en ese lugar, se había ido con muchas expectativas, incluso había pensado escapar, pero… Ahí estaba nuevamente.

-Sabía que querrías venir aquí primero así que llené el frigorífico con lo que te gusta, incluido el helado de fresa -Habló calmo y ella sonrió al parecer ella era una alacena de comida ambulante. 

-Gracias. - Dijo mientras inspeccionaba el lugar y lo tomaba de la mano, era una forma de demostrarle su agradecimiento. - Aun conservas mi regalo cuánto me alegra- Dijo al sentir el anillo de plata y zafiros negros que le había regalado antes de irse en su dedo índice. 

-Sí, me gusta mucho, -François le respondió- gracias, pero entra yo te llevo tus maletas. -Le guiño un ojo y caminó directamente hacia su antigua habitación, Marie fue tras él y comenzó a escanear el lugar dándose cuenta que se encontraba tal y como lo había dejado. 

-¿Por qué no entras, hay algo que te desagrade? 

-No, todo lo contrario, me encanta solo que acabo de darme cuenta que ha pasado mucho tiempo desde que vine.

-Ahora descansa, no veo por qué estar más tiempo de pie. 

-Sí, creo que el jet lag ya surte efecto – dijo Marie al tiempo que se deshacía de sus botas.

Descargó su bolso en la cama y se sentó frente al tocador, miró las lociones corporales todas eran de fresas sus favoritas.

-Hola –Escuchó que François contestó el teléfono. 

Marie se giró y continuó mirando las cosas que estaban en el tocado, había incluso productos que nunca había usado y se veían muy caros. Escuchó hablar a François una vez más y finalmente quedarse en silencio, lo miró y vio que estaba pensativo mirando su móvil.

-¿Sucede algo? –Le preguntó y François la miró sorprendido 

-Oh, no sé no hablaron –Marie asintió. 

-Tú y Christie… ¿Siguen juntos? -François negó.

-No éramos compatibles. 

-No lo sabía -Dijo pensativa, él se acercó y revolcó su cabello. 

-Es normal, hace mucho no nos veíamos -Le sonrió y ella miró sus ojos avellana eran realmente poco comunes.

Marie suspiró y pensó sí lo mismo le ocurría con Thomas, si simplemente no eran compatibles, aunque quizás la respuesta era afirmativa, por algo no estaban juntos, luego miró a Fran, sabía de Christie pues la había conocido y de Annie porque él le había hablado de ella, pero era casi un fantasma.

Un día cualquiera en medio de unas copas de vino, habían hablado del pasado, él le había contado de Annie la mujer que lo había dejado plantado el día del anuncio de su compromiso y ella por su parte le había contado de Thomas, el hombre con el que había hecho una promesa de encontrarse.

-¿No has vuelto a ver a Annie? –Preguntó ella dudosa y el negó, 

-No, no la he vuelto a ver –Respondió el relajado, al parecer el tema de Annie había pasado de ser espinoso a sin importancia. 

–Entiendo –Respondió ella con voz pausada, se levantó y lo abrazó –Que descanses –Le dijo cálida, él le dio un beso en su mejilla y se sonrió.

Marie se quedó mirando sus ojos avellana, se veían tranquilos y brillosos, él le daba la bienvenida y ella agradecía su calidez, aunque no lo pudiera decir en voz alta, apreciaba mucho a ese sujeto y esperaba que él lo supiera.

Aquella noche fue extraña, seguía pensando en Thomas y sentía que sobredimensionaba las cosas, lo que tenían simplemente el tiempo lo había enfriado, pero la culpa llegaba a ella por momentos, quizás si ella no se hubiese ido… Pensamientos que realmente no llevaban a nada y prefería suprimir.

Tal como le dijo a François, días después se fue a Cambridge a un curso de dos semanas de lenguaje egipcio, quería dejar de pensar en Thomas, no soportaba sentir y pensar que la esperanza que la había acompañado por años de estar con él era sólo una ilusión.

No sabía si sólo se había querido aferrar a los que habían vivido sin tener en cuenta que el tiempo lo cambia todo, incluso sentimientos, su madre solía decir que se amaba el sentimiento que se vivió en ese pasado, más que a la persona y no podía negar que extrañaba esa época, pero eso no significaba que quisiera quedarse ahí, según ella quería construir algo nuevo, pero sola no podía hacerlo.

Los días pasaron y su estancia en Reino Unido había ayudado en la labor, las lenguas sobre todo antiguas era algo que la emocionaba, además lograba su cometido: los sentimientos ya no pesaban tanto e incluso era como si hubiese vivido un mal sueño, no sabía si era bueno o malo, pero a ella le gustaba estar así, libre de esa opresión.

Así que una vez el curso terminó y ella sintió que podría retomar lo que fuese que le esperara en Zúrich, regresó sin ningún plan en mente, simplemente… Afrontar lo que fuese que Alicce le tuviese preparado.

Como era costumbre llegó donde François muy tarde en la noche y al día siguiente el olor a tostadas la llevó a la cocina, era fascinante se sentía tan calma cuando lo sentía cocinar, no pudo evitar escabullirse de su habitación, robó una tostada y buscó la mermelada en la nevera.

-Es de mala educación tomar la comida antes de tiempo. -Dijo François mientras servía su batido en un vaso de vidrio. 

-Fran llegue ayer, por favor no seas tan aguafiestas -Dijo mientras untaba la mantequilla.

El no dijo nada más y sirvió la mesa y se sentó con su batido.

-Y tú ¿cómo has estado? Esa última noche que te vi antes de irme… Se te veía extraño.

-Annie, me pasó, sólo una mala noche. -Marie lo miró con sorpresa él le sonrió, observó sus ojos avellana, François era un hombre que a su parecer era calmo y des complicado.

Él sonreía mucho y tenía una forma muy particular de ser, a pesar de pertenecer a los LeBlanc una de las familias influyentes de Europa y ser dueña de una de las más grandes petroleras solía relacionarse con las personas sin ver su billetera. Además, era realmente engreído, se vestía con tal pulcritud que incluso su cara y cabello lucían tan impecables que no le sorprendería saber que en su cuarto de baño guardaba muchos productos para su cuidado.

Amante al vino y enloquecido por la adrenalina de las motos, hacía cuatro años lo había conocido y por ciertas circunstancias cada vez que llegaba a Zúrich se quedaba en su casa, odiaba la Mansión Keller.

Eran amigos, no podría decir a qué grado, recién se habían conocido él le había hablado de Annie su primera novia formal, lo miró de reojo, simétricamente hablando era un hombre apuesto y era agradable, aunque a veces era molesto, nunca había entendido por qué terminó viviendo ahí cuando solía ser realmente reservada, pero François tenía algo que simplemente no pudo decir no.

François recogió su vaso lo lavó, secó y guardó a veces creía que era algo obsesivo con la limpieza, blanqueó sus ojos y volvió la vista a su plato.

-Nos vemos después -Le sonrió y ella asintió. 

-Hey -Lo llamó y él se giró esperando a que hablara -Gracias por dejarme parasitar en tu casa -Él se sonrió aún más amplio. 

-Marie eres tan mal hablada -Negó con su cabeza y salió del apartamento.

Terminó sus tostadas y también lavó los platos, luego comenzó a recorrer la casa y se quedó mirando un nuevo estante con fotos, tenía muchas con una chica rubia, era bonita, también había otra con un chico rubio, con sus motos y no pudo ver más dado que un zumbido la sacó de sus pensamientos, se dirigió al cuarto y se dio cuenta que era el celular que usaba cuando era Elizabeth Davis.

No le gustó pensar que lo había dejado prendido, aun así, contestó, se trataba de una vieja conocida Rosa, con quien inició un proyecto en Latinoamérica años atrás, le sorprendió que la llamara, por lo general se comunicaban por correo y hacía mucho no lo hacían, para Marie Rosa no necesitaba más de su asesoría.

La conocía del tiempo que estuvo con su madre en Cartagena, las dos habían viajado mucho por el mundo, pero cuando llegaron a esa ciudad se enamoraron, a tal punto que su madre compró una casa y estuvieron largas temporadas, intercalando con Bariloche otro de sus lugares favoritos. Añorar la época que vivió con su madre no era gratuito, había disfrutado cada ciudad, cada aprendizaje y cada momento con su madre.

Se sonrió por la cantidad de recuerdos felices que rememoraba al ver ese nombre y le contestó, la voz caribeña de la mujer inundó sus oídos, le gustaba la forma en la que hablaba, jamás había logrado un acento decente, aunque conocía muy bien el idioma, desde que lo escuchó en España se había vuelto un reto aprenderlo.

Pero su sonrisa se esfumó cuando escuchó las quejas de Rosa, al parecer había problemas con la fundación que con esfuerzo había creado años atrás, había cosas que la hacían vulnerable y una de ellas eran los niños, le daba tristeza ver tantos en un estado alto de indefensión y a eso se dedicaba Rosa con ayuda de algunos aportes de ella. Con el tiempo Rosa había abierto un ala para mujeres víctimas del maltrato y realmente no se había opuesto, se entendía con el tema por motivos personales.

Así que escuchar que el dinero escaseaba -porque aumentaban los niños y mujeres- se preocupó, debía hacer algo, no podía dejar que cerraran uno de los hogares, muchos niños sin padres o con hogares en conflicto terminaría en condiciones lamentables. Rosa se escuchaba seria y no era para menos, suspiró apesadumbrada sin saber qué hacer.

Era irónico porque se suponía que era heredera de uno de los grupos más grandes de Europa, pero disponer de dinero no era algo tan sencillo, los socios debían aprobar cada proyecto en el que se invertía o se daba a la caridad. Además, ella no quería que se supiera de lo que hacía de forma privada.

-Yo pensaré en algo no te preocupes –Contestó finalmente y le colgó.

Se dio una ducha sin dejar de pensar en lo que Rosa le había dicho, muchos niños podrían quedar sin hogar y eso la preocupaba, además que no tenía el suficiente dinero para suplir el dinero extra al menos las inversiones que tenía como Elizabeth Davis, estaban a tope, su pequeña fortuna no se comparaba con la de los Keller.

Se dirigió a la mansión no podía dilatar esa visita, sobre todo por su hermano, anhelaba verlo, quería mucho a ese niño y no importaba que Alicce estuviera ahí, alzo su vista y vio la fachada del lugar, estaban entrando a la temporada invernal y los colores ocres estaban siendo reemplazados por leves capas de nieve, era un lugar imponente que le recordaba su niñez, su madre, su padre… Cosas que realmente si no eran gratas.

Soltó el aire al pensar en ver a Alicce, le revolvía su estómago, pero lo compensaba Phillipe su hermano, antes de llegar a la puerta el mayordomo se la abrió, ella le sonrió y le dio un leve golpe en su hombro saludándolo de manera informal y él le indico en donde estaba su hermano.

-Gracias Stev -Se dirigió al hombre sin detenerse. 

Una vez dentro no se detuvo en el salón de té, sino que siguió las escaleras directo a su antigua habitación, la cual se encontraba al fondo de un largo pasillo, al entrar se percató que aún se encontraba como la había dejado, sin embargo estaba tan reluciente como en aquel tiempo, libre de polvo, se quitó los vaqueros azules, las botas negras y una camisa a rayas manga larga, buscó en su armario en donde tenía vestidos de las más finas casas y que realmente no conocía el nombre, no solía prestarle atención a ese tipo de cosas, simplemente las habían comprado por ella y las había dejado, buscó y encontró uno nuevo quizás Alicce lo había puesto a propósito, no le gustaban lo pasado de moda, según solía decirle.

Era un vestido color plata con rayado muy fino, cuello bandeja sin mangas y muy ajustado al cuerpo, en el mismo gancho venía una correa delgada con una rosa color negro y brillos plateados, al igual que la ropa los zapatos estaban allí unos tacones puntilla en gamuza negra con una gran rosa en la parte trasera del mismo color, además de medias veladas. 

Los accesorios estaban en su tocado al igual que un peine negro con diamantes que insinuaban un peinado recogido, siempre había sido así, ella no lograba hacer combinaciones acertadas, así que las empleadas solían dejarle todo lo que debía usar. En ese momento de forma automática se disfrazaba, no podía emplear otra palabra, dado que tenía que enfrentarse a ellos de la mejor manera posible así que para finalizar tomó del diván un fino labial color rojo carmesí, puso algo de máscara de pestañas.

Bajó a prisa atravesó el pasillo y abrió la puerta que conducía al salón de té a lo lejos vio a Alice hablando con unas amigas, pero desvió su mirada, sabía que se exponía, pero como había pensado antes era un círculo vicioso, parecía que no dejaría ser una Keller jamás.

-¡Marie! -La llamó -Querida que grata visita -Marie la miro plana y ella se levantó y la abrazo mientras ella intentaba zafarse -Es tan tímida. -Le habló a sus amigas. 

-No, de hecho, no las quería saludar. -Respondió Marie sin titubear, Alice soltó una risa educada. 

-Eres tan bromista querida. 

-Yo he escuchado que ella es como un potrillo salvaje -Intervino una mujer regordeta-Alicce, por el cariño a lady Elizabeth, quisiera tener la ardua tarea de educar se manera adecuada a la heredera Keller. Es de buen porte y se de manera directa que su abuela la tenía en un régimen estricto, quizás haya redención para ella y logre cazar un buen partido. -La mujer habló como si hubiese olvidado que ella estaba ahí. -Ahí estaba esa mujer hablando de su abuela, como si le debiera un favor.

-Querida -Alicce la miró con la intención de aceptar la ridícula propuesta de la mujer regordeta- Henrrieta podría... 

-Ni en un millón de años aceptaría-La paró en seco -No me interesa ser un clon de sociedad y mucho menos casarme, he escuchado que fornicar es mucho más estimulante -No pudo evitar sonreír al ver las caras de escándalo en las mujeres, aunque ella no fuese en ese momento promiscua no le interesaban que ese tipo de personas le dijeran cómo vivir.

Dejó de prestarles atención  y comenzó a recorrer el salón, el clima era frío y por este motivo estaban en un salón cerrado rodeado por grandes ventanales, de repente divisó una figura conocida al fondo del salón, era François quien se encontraba con un traje de diseñador color azul oscuro ajustado, el cual mostraba su atlética figura,  esbozó una leve sonrisa y caminó hacia él, se encontraba de espalda mirando por el gran ventanal ella se paró a su lado rozando su hombro con el de él.

-Te has tardado mucho-Le habló François con su rostro aun de perfil.

-Por fin alguien cuerdo en esta sala – Ella solo atinó a decir. 

-Si, apuesto y muy rico –Respondió suficiente y Marie no pudo evitar reír. 

-Qué engreído –Respondió y lo miró pensativa, Muy rico había dicho el, se sonrió y giró hacia el exterior, muy rico. –Me estoy asfixiando –Dijo suspirando.

François le tomó la mano y la condujo al jardín ella se sonrió, porque le recordaba su primer encuentro con él.

-¿Mucho mejor? -Ella asintió y rió desenfadada -Hace tiempo no te veía de esta forma. –Continuo y ella lo miró, su cabello estaba impecable tal como había salido en la mañana, no entendía como lo hacía. 

-Umm... ¿en mi modo formal? -Dijo divertida-Yo tampoco creí que lo volvería a estar, no pensé volverme ver aquí. Él dijo algo inaudible y ella lo miró confundida.

-¿Qué dijiste? -Preguntó Marie saliendo de su letargo. 

-Que también pensé lo mismo. ¿Y qué piensas hacer ahora que llegaste? -Dijo mirándole fijamente.

-Creo que... No lo sé aun, pero antes debo ir a.…- Marie estaba a punto de terminar la frase cuando escuchó una pequeña voz al tiempo que la rodeaban unos pequeños brazos por la espalda, era su hermano menor.

Marie se dio vuelta y vio a un hermoso niño de 11 años, era todo lo contrario a ella, rubio con ojos azules muy claros, cuando se fue era solo un pequeño ahora estaba más alto.

-Re, re -Gritaba de alegría-volviste, yo sabía que lo harías y no me dejarías, mi amigo François siempre me lo decía -Marie se inclinó y le dio varios besos en sus mejillas. 

-Ya extrañaba a Mon poussin- dijo mientras le limpiaba el rostro del lápiz labial.

-Ya soy grande, así que no me trates como un pequeño- Respondió con voz envalentonada.

-Bueno, bueno-sonrió Marie- y que hace Monsieur. 

-Estoy con unos amigos, mi madre me dijo que los invitara ¿No es genial? 

Marie, divisó el jardín, dándose cuenta que la mayoría de los compañeros de juegos eran hijos de empresarios importantes-Que conveniente susurró al tiempo que miraba al niño. 

-Entonces ve a jugar y después te daré lo que te traje de américa. 

-¡Wii!, si, si, -Gritó de alegría, alejándose a grandes saltos.

Marie lo vio alejarse y lentamente se fue irguiendo, miró a François con desconcierto diciendo:

-No la entiendo, de verdad que no la entiendo, ella lo parió, pero lo trata como si fuese una posesión, no soporto más ¡Me voy! 

-Espera, tranquila- la detuvo François por el hombro- tú sabes cómo son las cosas aquí, vámonos, te acompaño. –Ella asintió obedeciendo.

-Dame un segundo me cambio y salimos. 

-¡No!, no lo hagas te vez muy bien, quiero seguir viéndote así. –Ella sonrió negando con su cabeza.

-Ok.

Caminaron hasta el carro de François, directo a su apartamento y al llegar François se fue, quedando sola, él le prometió que volvería pronto y ella lo miró algo triste, pensó que estarían un tiempo juntos, debía reconocer que quería contacto humano, ese sentimiento de soledad imperaba y odiaba haber perdido a su madre. François era la única persona cercana en Zúrich, Aiden que era bastante cercano estaba lejos y también no era como si le mostrara esa clase de vulnerabilidad.

Esa noche Fran no regresó temprano y ella intentó ocuparse en otras cosas, estaba acostumbrada a estar sola, no era particularmente sociable, pero a veces esa soledad pesaba. Comió las sobras del almuerzo que François hizo y que ella le había rogado que le guardara, dado que solía botarlas, finalmente se fue a su cuarto e intentó dormir, pero lo único que hizo fue ver el techo un rato y leer un tiempo más, su insomnio era algo que la acompañaba siempre, pero había épocas que se incrementaban.

Al día siguiente se levantó muy temprano y se puso una sudadera para correr, lo encontró en la cocina con ropa deportiva, incluso así se veía elegante, contuvo su risa al imaginarlo arreglándose para ir a sudar.

-¡Oh, vaya Marie está despierta! Nunca lo hubiese imaginado ¿Tú? 

-Sí, sí yo, ahora déjame decirte: soy una nueva Marie, una que madruga y hace deporte, ¿vamos? Tengo ganas de correr. –François soltó una carcajada. 

-Si, si claro, come un poco antes de salir. -Le recomendó François con un plato en su mano.

-Grr-Escuchó un sonido en su estómago, Marie sonrió y comenzó a buscar comida.

Le alegraba verlo, sobre todo después del bajón de la noche anterior, por más que se dijera que estaba acostumbrada a estar sola, era triste cuando esa soledad la sobrepasaba, era triste no tener en quien apoyarse y liberarse de tanto equipaje. Al terminar de comer salieron a trotar a un parque cercano era invierno y las calles se comenzaban a tornar diferentes y no podía negar que le costaba un poco llevarle el paso.

Su padre cuando ella era pequeña le había hecho tomar clases de defensa personal, era buena escalando, pero el tema de correr aún era espinoso, estaba tan cansada, pero no quería decirle nada a François no quería que se riera de ella. Al llegar al parque Marie se encontraba encantada por todos los recuerdos que le traía el parque, solía ir con su madre y eran los pocos momentos que no estaban bajo la estricta vigilancia de su abuela y su padre.

-Creo que no ha cambiado en nada este lugar-Dijo mientras se amarraba el cordón de su zapatilla. François, la miro. 

-Sí, creo que... -En el instante en que terminaba su oración escuchó un pitido fuerte, metió su mano en el bolsillo y sacó un teléfono, la llamada era desconocida así que le pareció muy extraño.

-Al habla François-dijo, secamente, esperó unos instantes-Sí, diga. – Repitió y guardó silencio -Sí, dígame-dijo llenándose de impaciencia. 

François quedó como si un fuego atravesara su cuerpo, quedando en silencio. Marie lo tomó del brazo. 

-¿Estás bien? – Le preguntó al ver que su rostro se había descompuesto. 

-Annie Sophie dice que quiere verme-Dijo molesto, Marie frunció el ceño y lo miró sorprendida.


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