Rapsodia de Amor capítulo 1: El peso de ser un François





Odiaba a las personas débiles, lentas y torpes, era algo inevitable no lograba entender el por qué esa aversión, no obstante había una persona delicada y torpe qué siempre captaba su atención, era inevitable no perderse en su mirada dulce y amable, aunque para muchos esa fuese una relación imposible dado que al criarse juntos ella lo viese como un "hermano".

Su nombre era François LeBlanc y aunque para muchos podría remitirlos de manera irremediable a su tío-padre, el gran señor qué logró levantarse cuál ave fénix después qué el negocio familiar cayera por cuenta de ilícitos, no, no era él. Su apellido debió ser Hasbún LeBlanc hijo de un despiadado asesino del cual nadie hablaba y la hermana desquiciada de su tío, un tema que dió algo de que hablar en el pasado y que muchos pensaban que lo afectaba en ese presente.


Lo cierto era qué no, por mucho tiempo sus orígenes fueron un tema crucial en su vida, pero con el tiempo había aprendido a entender cuál era su lugar y lentamente se convirtió en el hijo de Rebecca Bracho y François LeBlanc, tenía cinco hermanos y había vivido toda su vida en Ginebra en una mansión autosostenible.


De alguna manera era lo que todos sabían de él, ni siquiera lo veían como el adoptado, aunque sus rasgos eran evidentemente diferentes a los demás. Incluso a sus escasos 21 años le habían confiado un ala importante de la empresa, sabía que su padre pretendía que a futuro lo reemplazará, aunque él tenía otros planes.


Por el momento estaba de vacaciones de verano, unas bastante raras dado que trabajaba en una de las sedes de París había pedido expresamente esa ciudad por un motivo en especial, aunque se resistía a reconocerlo. Liss Antoinette estaba en el conservatorio de la ciudad y de alguna manera el instinto  de protegerla persistía, no obstante no era una mujer que deseara ser protegida, de hecho era bastante independiente y sobre todo entregada a su profesión, porque a pesar de ser más chica que él, era una pianista consumada, compositora de obras musicales, desde que tenía memoria de ella había sido una niña curiosa de los sonidos, inevitablemente algo que le recordó ese viejo piano de cola que había en la mansión en la que vivió los primeros años de su vida.


La forma en cómo la pequeña rubia lo añoraba y la manera despiadada cómo ese hombre la alejaba, podía recordar la mirada satisfacción al verla llorar pidiendo verlo más de cerca, jamás dejó que tocará una de las  patas madera. Era como si el sufrimiento lo alimentara, así había sido con él mismo, por eso quizá había aprendido no mostrar sus intereses reales e incluso a ser indiferente, parecía como si eso lo desmotivarse a ensañarse con él.


No le gustaba recordar mucho esa época, de hecho se concentraba en ese presente, por ejemplo en el nombre de François… y en como el nombre de su tío a veces se convertía en una pesadilla por cuenta de lo grande que era llenar su traje. Esperaban mucho de él solo por llevar su mismo nombre, de hecho ninguno de sus hijos biológicos lo tenía a excepción de Françoise, pero esa chica era otra historia. 


Era su primer día, pero ya podía escuchar los elogios que llegaban a su padre, lo bueno que fue y como a una edad tan corta pudo ser CEO de la empresa familiar y después que todo se fue en picada cómo se logró recuperar en tiempo récord, de alguna manera las personas le restregaban a François Junior que todo lo que tenían era gracias a ese trabajo arduo del pasado. 


A veces entendía al primogénito de la familia y su renuencia a continuar el legado y hacer su propia historia lejos del ámbito empresarial, pero realmente en vez de renegar disfrutaba de los privilegios aunque fuesen obtenidos, trabajaba para sobresalir algo que no era difícil sabía en qué era bueno y como usar la marea a su favor. 


Tenía rutinas básicas, un baño en las mañanas una manía que sabía que había heredado, desayuno ligero, y aunque podría haber heredado la parte dandy de su padre no le gustaban los excesos para con su apariencia, así que esa mañana para su primer día de trabajo no fue la excepción: un traje elegante, pero no era de fijarse en marcas o diseñadores, el solo se lo ponía si le gustaba y ya estaba.


Al llegar a la sede se dió cuenta que tenía la mejor oficina de todos los becarios y sabía que su padre la había dejado como un lienzo en blanco que le decía entre líneas que le añadiera lo que quisiera, porque así era él siempre estimulando a qué hicieran su parte, pero él pensaba dejar así tal cual, estaría solamente por cuatro semanas en ese lugar y le parecía una pérdida de tiempo.


Las personas eran excesivamente cordiales, muchos eran parientes de ex empleados de la petrolera que en algún momento fue propiedad de los LeBlanc, su padre se había tomado el trabajo de llamarlos después que muchos fueran despedidos, decía que si como líder no cuidaba a quienes fueron incondicionales no sería un jefe de fiar, así se había ganado la lealtad de ellos y era mucho decir. Él solía responder con sonrisas y palabras cordiales, aunque a veces no las sentía y eran un protocolo, respondía de forma escueta cuando preguntaban por ellos e incluso aunque todo fuese un caos en casa solía decir que estaba todo bien, en aquella familia la discreción y el recelo por la intimidad era algo fuerte y que él por supuesto respetaba.


Había pedido trabajar desde el primer día, era evidente que no lo tratarían como a los otros pasantes de verano, algo que ya le había advertido su padre, es decir como ocultar el LeBlanc y el Bracho de sus apellidos, así que al menos si quería trabajar, no quería pasar sus días mirando al techo para que al final dijeran que había hecho un gran trabajo. Deseaba demostrar que tenía capacidades y que cuando se graduara podría llevar las riendas sin que le dijeran que solamente eran conexiones, sino que además era su capacidad la que hablaba.


Afortunadamente su padre tuvo presente sus pedidos y pudo aprender el manejo básico de su departamento, debía coordinar una de las alas de producción, la empresa familiar se había expandido y ajustado a las necesidades del momento, cuando salió la tendencia de reutilizar ropa de segunda, su padre lo transformó en un negocio rentable, dado que se encargaba de recuperar ropa y transformarla, eso en el mundo de la moda generó expectativas y ganó parte de un público que en su vida se pondría algo de segunda.


Lo difícil era conseguir una prenda con las características indispensables para la transformación y ahí entraba el departamento, hubiera  preferido algo más intelectual, pero le gustaba salir de su zona de confort y el mismo probarse que podía ser un líder en cualquier departamento de la empresa familiar. Así que después de empaparse en lo básico, como telas, texturas, tendencias entre otros, salió entradas las siete de la noche, se había quedado de ver con Antoinet aunque dudaba que ella lo recordara.


Se dirigió hacía el conservatorio, sabía en qué salón practicaba, apenas había llegado se habían puesto en contacto, lo  vivido en el pasado era algo que los unía de forma invisible, así que verla sonreír cada que se reunían era perfecto. Cuando la vio por el vidrio del salón de práctica no sonreía, estaba simplemente absorta en las notas que muy seguramente sería algo de su autoría, no lograba escuchar nada, dichos salones tenía esa característica muy seguramente evitar la contaminación auditiva, se atrevió a entrar, ella solía dejar la puerta abierta y la observó por unos instantes: era rubia, con un tono de piel perfecto, dado que no poseía una palidez extrema, pero tampoco un bronceado pronunciado, solía decir que lo había heredado del padre biológico. Era muy delgada y le gustaba como usualmente lucía vestidos delicados, suéteres entre otras cosas de encajes.


Como si intuyera su presencia paró de forma súbita y lo miró cambiando el ceño fruncido por una cariñosa sonrisa, acto seguido se levantó y le dio un abrazo, olía muy rico algo dulce mezclado con el olor natural del cuerpo de ella, le gustaba eso, la apretó un poco más y lentamente la dejó ir.


-¿Otra de tus composiciones? -Preguntó interesado.

-Si… Aun está…

-Incompleta.- Terminó la frase por ella, solía titubear por momentos, ella sabía que no era la mejor socializando, se consideraba muy timida y la relación más estable era con el piano.

-Y aun no la puedes escuchar. -Se adelantó y Francois rió.

-Lo sé, siempre dices lo mismo y resulta ser una obra excepcional.


Antoinette solamente rió cálida y reparó al muchacho de ojos grises y cabello oscuro, le tenía mucho afecto a Francois, era como su hermano, siempre había encontrado protección a su lado, incluso cuando regresó con su madre habían seguido en contacto.


-No me llenes de halagos, sabes que los odio. 

-Te los mereces, eres muy buena en lo que haces. -Ella sonrió y dirigió su vista a las partituras llenas de garabatos.


Antoinette, guardó silencio y comenzó a organizar los papeles, mientras el chico le hablaba de ir a comer, no lo hacían hacía mucho tiempo y entendía que él estaba en la ciudad por vacaciones de verano, era raro verlo por fuera de la mansión de los señores LeBlanc, a quienes solía visitar en ciertos momentos, su madre tuvo agradecimiento para con ellos en especial la señora Rebecca.


-Dijiste que querías salir a celebrar tus vacaciones de verano.


El chico asintió e hizo un gesto juguetón que no había visto antes, le causó gracia hacía tanto que no lo veía que había muchas cosas que redescubria de él.


-Si, hice una reserva en un restaurante…Bueno no, precisamente es Lefevre, una de las sedes de mi padre- río.


Antoinette sonrió y asintió, había escuchado que era un lugar muy caro, un lugar al que no iría a desperdiciar dinero, le parecía absurdo comer en una noche lo que podría alimentar varias familias.


-¿Por qué no vamos no sé a la cafetería de la facultad? Hacen un sándwich muy rico.


François Junior rió y negó.


-A ese lugar se puede ir en cualquier momento, a Lefevre no.


Antoinette suspiró a veces se le olvidaba las diferencias económicas que había entre ambos, ella no había crecido con carencias, pero tampoco era una billonaria, incluso sabía que su madre había influido mucho en ella en cuanto a su visión de las excentricidades con el dinero.


Movió sus dedos incómoda y François Junior lo notó, no pensó que llevarla a un buen lugar sería un problema.


*¿Algún problema?

-Si, pero por hoy puedo dejarlo pasar.-Anotinette le sonrió y buscó su bolso metiendo de forma organizada las partituras.


Él la observó en silencio era una chica que solía mantenerse muy bien vestida, sus vestidos solían ser delicados y de buen gusto, su cabello prolijo y con un olor delicado era muy femenina y eso a François Junior le fascinaba más de lo que debía.










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